martes, 3 de marzo de 2015

Cronicas desde Villa O'Higgins

(con algo de desfase por falta de conexión en condiciones pero bueno...)

Muy buenas,

Si buscáis en la enciclopedia dónde Cristo perdió el gorro, probablemente llegaréis a este lugar. He aquí un pueblecito del sur de Chile perdido entre lagos y fiordos de la Patagonia. Aparte de los pueblos autóctonos que vivían en modo cazadores-recolectores hasta tiempos muy recientes, los primeros colonos llegaron por aquí a inicios del siglo XX, imagino que buscando más terrenos para poner a pastar a las vacas y propiciar la actual fama (merecida) de la excelente carne que se produce en esta zona del mundo. Hasta el 1999 no llegó la carretera hasta aquí. Antes, solamente a caballo o en barco por el lago que queda unos cuantos kilómetros hacia el sur. Este es el final de la mítica carretera austral chilena, que en el último tramo es una pista de tierra que pasa por unos paisajes de auténtico escándalo. Voy a explicaros un poco cómo he llegado hasta aquí. Prometo poner fotos para lubrificar un poco el texto...

16 de febrero:
El día después de la carrera me levanté razonablemente bien. No habiendo podido cenar por tener el estómago aún agitado, el hambre funcionó como un despertador demoledor y me levanté dispuesto a comerme tres vacas enteras. Me mentalicé y al mediodía fui a un buffet chino de esos en los que prima la cantidad muy por encima de la calidad. Me senté tranquilamente, tanteé el estómago y arrasé con todo. Fui hacia la llegada en busca de un césped donde disfrutar de una siesta recuperadora y allí me encontré a Pancho y Gustavo, los ecuatorianos compañeros de podium. Como se tenían que ir al día siguiente por la mañana, se avanzó la entrega de premios e hicimos algo un poco improvisado. Por si mi mochila no pesaba, me llevé una placa de madera que he ido arrastrando por toda la Patagonia. Afortunadamente no fue el arco de roca del año pasado en Le Treg (que un día estuvo a punto de matarme al caer sobre mi cabeza mientras limpiaba un mueble en mi casa...). La tarde de chill out acabó con un buen equipo Argentina-Ecuador-España (se nos unió Andrés), una cena a base de bife de chorizo y unas cervezas en una terraza mientras sonaba el carnaval por la calle. Se me pusieron los dientes largos escuchando todas las aventuras en los raids de aventura de mis experimentados compañeros de mesa. Un rato muy agradable.

17 de febrero:
Después de casi una semana en Villa La Angostura, era momento de partir. Objetivo: el sur. Me puse a hacer dedo (autostop no se usa aquí en Sudamérica) a la salida del pueblo. Imaginé que con la de coches que pasaban rumbo a Bariloche (la capital turística de la región) alguien me llevaría. Error, la verdad que este primer intento fue bastante fracaso y después de una hora y pico pasó un autobus y me subí. Aun así el rato fue interesante porque estuve charlando con Felipe, un español de Santo Domingo de Silos (Burgos) con más batallas en su haber que toda la provincia junta. Si a eso le añadís que hablaba como si lo fueran a prohibir, podéis imaginar que el rato fue entretenido. Ya metido en la dinámica del autobús, conecté directamente con otro que iba a El Bolsón. Este pueblo de nombre señoranillesco, es probablemente la capital hippie-alternativa de Argentina. Mercadillos, artesanías, rastas, reggae y vida que avanza al ralentí, en un ambiente interesante del que aún disfrutas más en caso de ir acompañado. Aquí empecé a darme cuenta de la subida de precios a medida que uno avanza hacia el sur. Puede que una vez Argentina y Chile fuesen destinos baratos. Bueno, eso se acabó, los precios ya son como en España y según como peor... Y al sur aún más, así que va a tocar acampar y cocinar a tutiplen.



18 de febrero:
Como las piernas habían recuperado bien, me fui a hacer una excursión que recomendaba un libro de trekkings que tengo. Una caminata sencilla en dirección al Refugio del Hielo Azul. No llegué hasta arriba pero tuve unas vistas bastante majas. Un buen paseo para retantear las piernas y vuelta para el camping a disfrutar de una ducha por solidaridad con mis compañeros del bus que quería tomar por la tarde. En el camping conocí a Gringo y Luciel, padre e hijo, compañeros de la tienda de al lado. Me invitaron a una cocido riquísimo que me supo a gloria y disfruté de un rato de charla interesante con dos personas super agradables. Tanto que estuve a punto de perder el autobús que me tenía que llevar hacia el sur. Finalmente se alinearon los planetas y llegué a tiempo (gracias en parte al retraso de rigor en la salida del autobus). De esa forma pude recorrer otros ciento y pico kilómetros a través del Parque Nacional de los Alerces, una zona de bosques y lagos preciosa. Acabé llegando a Villa Futaleufquen, a orillas del Lago Futaleufquen, que aparte de tener un nombre complicado es una de estas enormes masas de agua entre montaña que le dan a la zona una aire a fiordos noruegos o neozelandeses.


19 de febrero:
Por la mañana me levanté a una hora razonable para ir a caminar. Al estar en un parque nacional te tienes que ir a registrar a la oficina del parque y decir qué es lo que piensas hacer. Puede que a nivel de filosofía general se asocie Sudamérica con un estilo más flexible y relajado, pero os aseguro que cuando se trata de planificar o regular actividades en montaña, te encuentras con muros germánicos a prueba de bombas. Mi idea era caminar un par de horas en dirección a un pico que domina el lago y volverme. El horario oficial de la ruta hasta arriba y volver era de 7 horas, así que el tío me dijo que no podía ir. ¿Qué problema hay en volverme antes de llegar arriba? En fin... al final le convencí. Y de hecho acabé llegando a lo alto en las dos horas y disfrutando de unas vistas bien majas desde la cima del camino. De vuelta al camping recogí los bártulos y en vistas de que solo había un bus a las 8 de la tarde, decidí dar otra oportunidad al autostop. Esta vez funcionó mejor y fui avanzando, primero con dos profesoras de Trevelin, después con dos malabaristas chilenos en el remolque de una pick-up, con otros dos chilenos y un constructor de la zona y por último en un Renault... 5?... No sé, una pieza de museo si no fuese porque su interior era un auténtico vertedero. El conductor iba a juego con el cuadro. Así llegué a un kilómetro de la frontera con Chile y crucé a pie mientras dos franceses discutían con los guardias porque no les dejaban cruzar el coche. Al entrar a Chile me dijeron que no podía cruzar el embutido que llevaba. Perfecto, una excusa genial para pegarme una merendola y saciar en parte el hambre crónico que arrastro desde después de la carrera. Después de la evolución del día mi objetivo era llegar a Futaleufú, una especie de meca del rafting en Chile. Los 10km me tocó hacerlos a patita hasta que un tipo en una furgoneta se apiadó de mi espalda oprimida por una pesada mochila y me ahorró los últimos 3km. Fui a parar a un camping donde me encontré a un grupo de chilenos que estaban asando un cordero que habían comprado vivo por la mañana. Me costó poco unirme y pasar una velada de lo más agradable.







20 de febrero:
El camping resultó tener la mayor concentración del mundo de tijeretas. Se metieron por todos los rincones de mi mochila y las he ido esparciendo por toda la Patagonia, espero que sin causar un desastre ecológico. Se presentó la oportunidad de tomar un bus hasta Coyahaique y avanzar unos 400km del tirón. En vistas de que no había lugares que me interesasen mucho por el camino, aproveché la ocasión sin dudarlo. Compartí el viaje con Rodrigo y Tamara, músico y historiadora de arte, de Santiago. También con una señora de oratoria fácil que volvía a Coyhaique después de 25 años. Muy interesante, un pozo de ciencia en asuntos de la zona. El viaje no tuvo más historia, aparte de las 11 horas de viaje y del retraso, que nos dejó en Coyhaique pasada la media noche. Coyhaique es la gran ciudad de esta zona de la Patagonia chilena. 70000 habitantes, no os imaginéis París. Aún así, no el lugar más apetecible para llegar pasada la media noche y menos cuando llueve y no tienes reserva en ningún hostal. Y menos aún para darte cuenta, cuando te faltan dos calles para llegar a la dirección que había encontrado en la guía, que has perdido el monedero. Fue un momento crítico. Llegué a la dirección que buscaba y el hostal no existía. Es lo que tiene aprovechar la guía del 2006. En medio de mi desesperación volví a un hotel que acababa de ver y llamé al timbre. Con cara de crisis le expliqué mi situación al tipo, que se portó muy bien y me dejó dejar las cosas. Me fui pitando deshaciendo el camino hasta el bus mientras el llamaba a la compañía. No encontré nada por la acera y llegué al bus justo cuando salía el conductor del mismo con la cartera en la mano. Momento "uff..." con unas 28 efes... Con el corazón en la boca volví al hotel le di mil gracias al tío y me quedé allá, aunque los casi 30 euros se saliesen del presupuesto para alojamiento. Al menos disfruté de buena cama y buena ducha.

21 de febrero:
Tras el susto de la noche anterior, me tomé la mañana con calma. Objetivos: encontrar internet, cambiar dinero, comprar comida... Resolví el tema por la mañana y tras comer un plato de pescado en un restaurante para descansar un poco de la dinámica carnívora, me fui a la salida del pueblo a hacer dedo. Una hora después paró una pickup y sin preguntarme dónde iba me dijo que me subiera. En el remolque ya habían tres chicos chilenos con los que estuvimos charlando un rato de futbol, una situación curiosa. A unos 30kms el coche se paró y nos bajamos todos. El hombre me dijo que a 5km estaba el desvío hacia Cerro Castillo, mi objetivo del día. Pues nada, a caminar. Un kilómetro más tarde me cansé y me paré a esperar que me llevase alguien. Ese alguien llegó, una pareja que iban al aeropuerto. Me dejaron en el cruce, donde ya habían dos grupos esperando, dos parejas, una con perro y otra sin perro. Casualidades de la vida, pasó un coche que solo tenía una plaza libre así que pasé delante de la cola. Una familia que iban a Cerro Castillo, la mar de simpáticos. Paramos a hacer fotos, me invitaron a huevos con pan y estuvimos charlando un buen rato. Ya instalado en el camping me di un paseo por el pueblo y acabé en unas pinturas rupestres con un montón de manos pintadas en la pared, El guía era más bien justito pero un toque cultural interesante para acabar el día. En el camping me encontré que en la cocina estaban preparando un mega asado para un grupo de un tour de estos de full-equipe (y full price también...). Y yo cocinando unos spaguettis con el poco de salsa de tomate que quedaba y frankfurts marca blanca crudos. En esas circunstancias conocí a Carlo, un italiano de Brescia que miraba horrorizado mi plato. El dueño del camping, un tipo muy simpático, nos trajo un plato de carne del día anterior que calentamos y devoramos como posesos. Agazapados en un rincón de la cocina, esperamos nuestra oportunidad... Y se presentó. Se dejaron la mitad del asado. Nos avalanzamos sobre la bandeja de carne junto con una pareja de chilenos, Nicolás y Jaqueline, mientras otro chileno rebañaba las ensaladas (el hombre era vegetariano... qué pecado). Nos dio para hacer bocatas para el día siguiente.






22 de febrero:
Salí a las 8 de la mañana rumbo al monte para caminar. El tiempo espectacular. Cerro Castillo todo despejado, unas nubecillas por la mañana para suavizar un poco la subida y sol más tarde para mostrar la montaña en todo su esplendor. Ligero de equipaje, me dio para darle la vuelta y verla por otro lado y volver al pueblo tras 8 horas de caminata espectacular. Me duché recogí y me fui a probar suerte a la carretera. El panorama no era muy prometedor. 15 o 20 personas en diferentes grupos dispersadas a lo largo de una recta. Durante las siguientes dos horas y media nadie consiguió salir hacia el sur. Un chico dijo que llevaba desde las 11 y media de la mañana... Además corría el rumor de que los autobuses que venían de Coyhaique estarían probablemente llenos... ¿Cómo salimos de aquí?
Inciso sobre el autostop: supongo que igual que hay colgados como un servidor que hacen tesis sobre cómo se reparte el sedimento en un río, habrá alguien que se haya dedicado a estudiar la dinámica del autostop, las costumbres, tácticas óptimas, perfil del autostopista y del conductor que se presta... Hay preguntas no triviales sobre el tema. Por ejemplo si es mejor ser el primero o ponerse un poco más adelante y jugar con el remordimiento del conductor que afronta un debate interior mientras va dejando gente en la cuneta. Claramente ir sólo es una ventaja. Eso hace que, aunque te apetece hablar con el compañero de 20 metros más abajo, dejes esa distancia prudencial y lo ignores en el momento que aparece un coche en el horizonte. Sea como sea, uno de los hechos claros y contrastados científicamente es que el tiempo que espera una chica guapa o un chico feo difiere en varios órdenes de magnitud.




23 de febrero:
Tras dormir en otro camping junto a la carretera, me levanto a las 6h30 y me bajo a la carretera sin desayunar ni nada. Un minuto antes de llegar vi un coche que dejaba a dos personas y seguía al sur. Ese me podría haber llevado... Desayuno ya sobre el asfalto y espero... y espero... y espero... A las 9h15 habían pasado (que no parado) 5 coches. La situación era desesperante. En estas apareció como de la nada Rodrigo que venía en un tour hacia Puerto Tranquilo. No me lo pensé. Fui a hablar con el conductor y me uní al grupo, tanto para el trayecto como para la comida y el tour a las capillas de mármol. Las capillas de mármol son unas formaciones rocosas curiosas a la orilla del Lago General Carrera. Sin ser algo que recordaré toda mi vida, una cosa interesante y curiosa de esas que no está de más hacer. Eso sí, el grupo muy majo, además de Rodrigo y Tamara, una chica de Puerto Montt y tres moteros chilenos la mar de simpáticos. Si alguien cree que en un lago no hay olas que vaya a este sitio. Acabamos empapados. El panorama autostopista era similar al de Cerro Castillo así que opté por una solución drástica. Fui a la gasolinera y me puse a abordar los coches cual Sandokan y los piratas de Malasia. Al segundo intento y tras una mirada bastante escéptica un chico aceptó llevarme a Cochrane. "Así me haces compañía, pero que sepas que voy trabajando y llegaremos tarde". Poco me importó. Se trataba de Moisés un chico de Santiago, que estaba en una especie de misión para espiar antenas telefónicas. Total que acabamos en un par de pueblecitos por el camino y mientras el hombre sacaba fotos de las antenas y apuntaba vete a saber qué cosas, yo tomaba el aire y leía un rato. Hablando de esto y de aquello se nos hizo el viaje ameno y llegamos a Cochrane a una hora razonable, a tiempo de instalar la tienda en el camping y hacer la cena tranquilamente. A todo esto descubrí atónito un coche al lado mío con matrícula de Girona ¿!?... Eran Ramon y Silvia, una pareja de Arbúcies que tienen el proyecto de recorrer en jeep desde la Patagonia hasta Alaska en diversas etapas los próximos años. Otra cena agradable en buena compañía.






24 de febrero:
Sin plan muy definido me fui a la oficina de turismo en busca de ideas. Estaba cerrada, pero rebotando de aquí para allá acabé en el ayuntamiento y me pasaron un plano de una reserva natural situada a 3 o 4 kilómetros. Y para allá me fui. Un día magnífico y un paseo más exigente de lo que esperaba junto al Lago Cochrane. De vuelta al pueblo me pegué una necesaria ducha en el camping y aproveché un autobús que salía hacia Caleta Tortel. Un par de horas de trayecto hasta este curioso pueblecito cuyo nombre me suena a Juego de Tronos. No hay calles sino que todas las casas están conectadas por pasarelas de madera. Nada que ver con las pasarelas de Bocas de Satinga (un pueblecito de Colombia al que le tengo un especial cariño y donde he ido varias veces por distintos proyectos). Todo muy cuco y bien arreglado. Para llegar al camping había que caminar 3 o 4 kilómetros. Me dio palo y acabé en un hostal de una señora que estaba como un auténtico cencerro.





25 de febrero:
Después de barajar varias opciones opté por un plan fácil y relajado, en principio. Una caminata hasta un mirador encima del pueblo. En mis ansias por conocer, intenté bajar por otro lado y acabé liado por terreno embarrado y rocas, lo cual no ayudó a mejorar el estado de mis zapatillas, que desde la carrera han entrado en una irrevocable fase terminal. Después de comer fui a tomar un autobus que me ahorrase los 20 kilómetros hasta la carretera principal (Caleta Tortel no está sobre la propia Carretera Austral). En el cruce me encontré con un chico italiano que viajaba en moto y Célia, una chica francesa que viene en bicicleta desde Ecuador. Ahí queda eso. Este último tramo es más complicado y, cargada como una mula, estaba intentando ahorrarse un tramo en autostop. No es fácil hacer autostop con una bici. Si yo hago autostop con una bici creo que estaría todavía en Villa Angostura pero... En principio llevaba idea de dormir en el cruce, pero pasó un coche que no tenía espacio para bici pero sí para mí, así que un día antes de lo previsto me encontré en Villa O'Higgins, final oficial de la Carretera Austral. En el camping me encontré con Ramon y Siliva, que me ofrecieron acompañarles a un restaurante a comer cordero asado, Mi debate interior duró unas 2 milésimas de segundo.




26 de febrero:
Me encontré con dos días para disfrutar de los alrededores, así que decidí dedicar el primero a una excursión cuya logística pintaba difícil en principio porque la salida es a 25km de Villa O'Higgins. Pero Ramon y Silvia salían hacia el norte así que solucioné al menos la ida yendo en la parte trasera de su jeep equipado. La excursión en sí discurría por un camino que al cabo de un rato se perdía así que decidí subir en freestyle en la dirección que me parecía correcta. Acabé comiendo junto a un lago rodeado de glaciares. Mientras me comía el bocadillo me fijé en un pico de donde intuí que habría una buena vista. Miré el reloj y a pesar de que la vuelta pintaba larga me animé a ir a la cima. Buena decisión, las vistas de arriba eran para mear y no echar gota. 360 grados de montañas, glaciares y lagos. Bajé más contento que unas castañuelas y con energía positiva para superar otro descenso campo a través al más puro estilo rogaine. Llegué a la pista y al cabo de poco llegó por detrás Carlo con la bici. Supongo que se sorprendió de verme. Me acompañó un rato andando y después me animé a correr un rato (dejando la mochila en sus alforjas) hasta que pasó un jeep de lugareños muy lugareños que me ahorraron unos 15kms de carrera. Nos encontramos más tarde en el camping, también con Célia, a quien habían traído hasta aquí y con otro grupo de ciclistas que van hacia el norte. Odile y Antoine, dos franceses de Grenoble, Davide y Manuele, otros dos italianos de Brescia y Silvio, un argentino de Entre Ríos. Un equipazo. Nos pasamos hasta las tantas comentando la jugada. Otra velada agradable más de todas las pasadas en este viaje,








27 de febrero:
Y esta mañana he optado por otra caminata prometedora, aconsejado sabiamente por Manuel, que se encarga del camping El Mosco, en el que me he instalado estos tres días. Me recomendó la ascensión al Cerro Submarino, que se puede hacer saliendo a pie desde Villa O'Higgins. Después de un inicio un tanto perdedor, he encontrado el camino correcto y he subido a buen ritmo por esas subidas directas que a mi me gustan. El tiempo acompañaba, de hecho hacía demasiado calor y he llegado a la cima. Las vistas estaban a la altura de las del día anterior. No hay palabras. Si las fotos no están a la altura es culpa del fotógrafo. Y poco más, para celebrar la llegada a Villa O'Higgins y gastar los últimos pesos hemos repetido el restaurante del cordero de hace dos días y ahora acelero para acabar este post e irme a dormir, que mañana pronto cogemos el barco para cruzar el Lago O'Higgins y de ahí cruzar andando hasta la frontera con Argentina.









Como podéis ver salí con unas sandalias y unas zapas de trail, y vuelvo con dos pares de sandalias...

Ya quedan pocos días, pero si consigo ver el Cerro Torre desde el Chaltén, la montaña que me escapó una noche de fin de año de 2007-2008, la nota del viaje será de matrícula. Seguiremos informando...

Besos y abrazos

1 comentario:

  1. Grandes cronicas Albert y muy buen viaje patagonico. A seguir recorriendo mundo!

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