Para los que no la conozcáis, la
Porta del Cel es una travesía de unos 65kms que une los refugios de Graus,
Certascan, Pinet y Vallferrera, en la zona noreste del Pallars Sobirà, en pleno
pirineo de Lleida. Normalmente se hace en 4 etapas, con parada en los refugios
que os comentaba. El terreno es muy bonito, con un par de cimas importantes, el
Pic de Certascan y la Pica d’Estats, lagos espectaculares como el Certascan y
circos impresionantes como el de Baborte, que a mí personalmente es la zona que
más me gusta. No es una ruta para tomársela a la ligera, el recorrido es duro,
tiene tramos complicados, más por falta de camino marcado que por dificultades
técnicas propiamente y la orientación en algunos puntos no es sencilla. Desde
mi punto de vista tiene un plus de dificultad respecto a otras rutas similares
como Carros de Foc o Cavalls del Vent, pero esa complicación extra queda
compensada por un recorrido gratificante y espectacular. Así que ya tenéis
plan para 4 o 5 días de vacaciones que os queden sueltos por ahí.
Hecha esta introducción
publicitaria, hablemos de la modalidad skyrunning. Efectivamente, como pasa con
tantas otras rutas, en esta también se viene planteando desde hace años la
opción de hacerla en menos de 24 horas, alternativa que, dada la avidez de retos
deportivos que tiene la sociedad actual, ha gozado de un éxito notable y
creciente en las últimas temporadas. Y ahí aparezco yo con mi avidez de retos
deportivos…
Antecedentes: justo hace un año
que la hice por primera vez y por duplicado, primero en cuatro días para
conocer el recorrido y disfrutar de él con tranquilidad y al quinto día en
modalidad carrera en menos de 24 horas. Me tocó un día de calor tremendo que
hizo que me fuera deshaciendo como un azucarillo durante la segunda mitad de la
ruta, aunque con las rentas del principio conseguí acabar en 13h39’, que fue el
mejor tiempo del año pasado y tercero en la clasificación global de todos los
años.
Así que con ganas de mejorar esa
actuación y después de encontrar un hueco en la cargada agenda montañera de
este verano, decidí intentarlo de nuevo el sábado pasado (3 de agosto). Las
previsiones de tiempo eran bastante buenas (quizá algo de calor), las fuerzas
más o menos en orden aunque en estas últimas semanas el entreno se ha anarquizado
un poco y las ganas por todo lo alto. En marcha con la “furgo” hacia el
Pirineo, noche en el Camping de Graus y nos plantamos en la mañana siguiente.
Pongo el despertador a las 5 para
desayunar. Un par de bocadillos de salchichón, dos yogurts, un plátano, una
madalena, todo engullido en ese silencio solitario y oscuro que rodea esos
momentos de madrugada previos a la salida de cualquier ultra. Me doy media
horita más de sueño y otra vez arriba a las 6:15 para preparar las cosas.
Quería salir sobre las 6:30 o 6:45 pero al final se hacen las 7. Bueno, en
principio si todo va según lo previsto no debería haber problema para hacer la
ruta con luz como el año pasado. Sello el forfait que acredita la hora de
salida y el paso por los diferentes puntos y me lanzo al ataque.
Empiezo por todo lo alto. Nada
más salir del camping, me encuentro con que no sé si he de cruzar un campo o
coger un camino que baja por el río. Pierdo un minuto yendo de un lado a otro
como un imbécil, pero finalmente encuentro el puente que cruza el río y lleva
al inicio de la primera subida. Este tramo es muy agradable, entre el bosque,
por encima de un pequeño embalse y metiéndose progresivamente en el valle de
Noarre hasta llegar al pueblo que le da nombre.
Noarre es la imagen que aparece en la Wikipedia cuando uno busca la palabra “desconexión”. Un conjunto de bordas de madera a las que no se puede llegar en coche, situadas en un lugar idílico entre bosque y prados. Llego a la aldea después de cruzar un barrizal en el que meto la zarpa hasta la rodilla, lo cual me garantiza un inicio del día ciertamente húmedo. Sigue el camino hacia el fondo del valle por terreno favorable en el que se puede trotar bastante bien hasta que el camino se pone a subir decididamente para superar un resalte que te planta ya en un rellano situado a 2000 metros. El siguiente escalón se supera por un terreno rocoso en el que me empiezo a notar algo torpe con los palos, con algún tramo de trepada, hasta llegar a la Pleta Nova (2200m). Este año hay un montón de nieve y eso es sinónimo de mucha agua, como manifiesta el río que me encuentro delante. Tres segundos de reflexión me bastan para llegar a la conclusión de que, salvo que sufra una instantánea reencarnación en Carl Lewis, nadie me salva del remojón, así que paso tranquilamente con los pies dentro del agua y así de paso limpio las zapatillas.
Noarre es la imagen que aparece en la Wikipedia cuando uno busca la palabra “desconexión”. Un conjunto de bordas de madera a las que no se puede llegar en coche, situadas en un lugar idílico entre bosque y prados. Llego a la aldea después de cruzar un barrizal en el que meto la zarpa hasta la rodilla, lo cual me garantiza un inicio del día ciertamente húmedo. Sigue el camino hacia el fondo del valle por terreno favorable en el que se puede trotar bastante bien hasta que el camino se pone a subir decididamente para superar un resalte que te planta ya en un rellano situado a 2000 metros. El siguiente escalón se supera por un terreno rocoso en el que me empiezo a notar algo torpe con los palos, con algún tramo de trepada, hasta llegar a la Pleta Nova (2200m). Este año hay un montón de nieve y eso es sinónimo de mucha agua, como manifiesta el río que me encuentro delante. Tres segundos de reflexión me bastan para llegar a la conclusión de que, salvo que sufra una instantánea reencarnación en Carl Lewis, nadie me salva del remojón, así que paso tranquilamente con los pies dentro del agua y así de paso limpio las zapatillas.
Nuevo escalón hasta llegar a la
cubeta de los Estanys de Guerossos y giro a la derecha en dirección al Coll de
Certascan, cruzando las primeras zonas de nieve, que presagian las dificultades
de después. Llego al collado (2585m) algo pasada la hora y media de recorrido,
y empiezo el durísimo repecho que lleva a lo alto del Pic de Certascan por
terreno de tartera fina en el que tiro de palos y riñones como un condenado.
Un tramo de flanqueo poco complicado lleva a la cresta ancha y horizontal
superior, antes de superar los últimos 15 metros de desnivel hasta el vértice
geodésico de la cima. Llevo 1h49, 2 minutos más que el año pasado. La verdad es
que me vengo un pelín abajo. Me pasa a menudo que cuando salgo con la
mentalidad de superar una marca anterior, me parece que tengo que pegarle
bocados al crono desde el minuto cero, como si el año pasado fuera un patata
que iba de campo y playa, y ahora fuese Kilian en cuarta transformación de
“superguerrer”. Intento convencerme de que el año pasado iba bien en la primera
parte y que es al final cuando tengo que mejorar, pero aun así empiezo a entrar
en una dinámica mental algo negativa.
Deshago el camino hasta el
collado dejándome caer por la tartera con velocidad pero dedicando algo de
tiempo a llevarme algo al estómago. Un trozo de Snickers y un gel. En el tema
geles, como si de un casting de OT se tratara, el aspirante de hoy es Overstim,
que son más líquidos y parecen adecuados para mi reconciliación
con la comida sintética. Me lo tomo mientras exclamo en voz alta “Mmmmm,
buenísimo!” y me imagino en un restaurante de tres estrellas Michelin. De
momento funciona.
Debajo del collado me encuentro
con la primera trampa seria. Una lengua de nieve, que no parece evitable, y que
cuando pongo el pie en ella se revela dura y resbaladiza. Sabía que había más
nieve de lo normal, pero yo esperaba sacar partido de ello en lugar de que
fuese un “hándicap”. Pero no lo veo claro. La nieve no está suficientemente
blanda como para clavar talones y un resbalón, en el mejor de los casos, puede
acabar con los brazos y las piernas escocidos. Así que me pongo los Yatrax (ver
crónica de la Ice Trail para mayor descripción) y empiezo a bajar. No sirven de
gran cosa, así que bajo haciendo eses con cuidado. Entre el empanamiento que
llevo, sacar los trastos estos y la torpeza al bajar debo haber perdido otros
cinco minutos. Me obligo a trotar para recuperar un poco la chispa y llego al
refugio de Certascan a las 2h25’.
Busco la pinza para sellar el
forfait, saco algo de comida, relleno el agua (llevo un bidón de agua y otro
con sales) y a por el siguiente tramo. El primer trozo es algo incómodo porque
tiende a bajar pero el sendero es malo para correr y cuesta coger
velocidad. Sigue un pequeño y bonito repecho con unas eses a la sombra que llevan
al Collet de Llurri y de ahí descenso hacia los lagos de Romedo. Voy cumpliendo
con los parciales que me había marcado pero no me quito la sensación de no ir
bien de cabeza, de no ser capaz de ir más rápido que el año pasado, tal como
pensaba que podría hacer. Paso por la presa del lago inferior, a donde
llega una pista para 4x4 y giro al norte bordeando el lago y un rellano
superior. A partir de aquí el recorrido gira a la derecha y empieza la subida
al Coll de l’Artiga. Aquí coincido con los primeros excursionistas que están
haciendo la travesía. La subida es dura, por terreno de bloques que hace
complicado avanzar y al salir a la parte superior se vuelve más herbosa pero te
encuentras con el típico terreno en el que parece que no llegas nunca porque
siempre aparece más montaña por subir. Me había marcado llegar al collado a las
4h y llego con 8 o 10 minutos de adelanto. Pequeña victoria.
Pero voy a perder la ventaja en
la siguiente bajada. Es un descenso técnico, entre bloques grandes en los que
deberías ir saltando de uno a otro, pero yo hoy parezco un bailarín de ballet
(en el improbable caso de que alguna vez lea esto un bailarín de ballet, que
nadie se ofenda, el ballet está muy bien pero no era el momento…). Parece que
en cada roca tenga que resolver el “to be or not to be”, debatiendo sobre si el
pedrusco va a moverse o no y haciendo un análisis dinámico entre el coeficiente
de rozamiento de mis zapatillas y el granito. Me voy exasperando a mí mismo.
Tira “palante” y no pienses tanto, coj…!!!
Finalmente acabo la bajada en un
prado a unos 2100m y empiezo la siguiente subida hacia el lago de Montestaure y
la Pointe de Recós. El calor aprieta y echo un buen trago en un riachuelo
porque me noto deshidratado. La subida es dura pero la paso bastante bien y
llego arriba a las 4h45’, lo que me había marcado. Sigue ahora una bajadita
empinada con una placa de nieve que no me decido a aprovechar y un rellano
rocoso detrás del cual aparece la ladera que da acceso, a lo lejos, al refugio
de Pinet. Aquí el camino se pierde, ya me había pasado las otras veces, así que
decido bajar recto hacia un punto, allá abajo, donde se distingue el sendero.
El terreno es empinado y la hierba resbala, así que me pego unos cuantos
tortazos, pero bajo relativamente rápido y alcanzo el sendero justo a las 5h.
Después de un tramo llaneando el camino gira a la derecha y sube decididamente
dejando el refugio desesperantemente abajo (para los que no conocéis este tramo, nunca
vayáis directos hacia el refugio, si no disponéis de material para montar una
tirolina o si no queréis morir estampados en el fondo del barranco).
Sorprendentemente empiezo a encontrarme mejor y más animado.
Llego al punto en que la ruta cruza el río (que ahora queda bajo dos metros de nieve) y bajo hacia el refugio, llegando a las 5h30 de carrera. He cumplido con las 3h que me había marcado para este tramo, pero necesito algo de tiempo para beber y comer, para no desfallecer y aprovechar esta recuperación que parece que se intuye.
Llego al punto en que la ruta cruza el río (que ahora queda bajo dos metros de nieve) y bajo hacia el refugio, llegando a las 5h30 de carrera. He cumplido con las 3h que me había marcado para este tramo, pero necesito algo de tiempo para beber y comer, para no desfallecer y aprovechar esta recuperación que parece que se intuye.
Entro al refugio para rellenar
agua y me encuentro con una acogida no muy simpática. Inciso (si eres
menor de 18 años pasa al siguiente párrafo): vaya por delante que esto no es
una generalización (no aplica a los otros refugios de la ruta), pero estoy hasta los huevos de encontrarme con guardas en
los refugios que son auténticos gilipollas. En un refugio de montaña te
encuentras desde domingueros en chanclas hasta gurús que han hecho 58
ochomiles, pasando por montañeros jubilados que hablan de los inicios del
montañismo en Montserrat y Sant Llorenç del Munt, grupos de peña que grita como
si el refugio fuera suyo y freaks que van corriendo por el monte como yo. Pero
toda esta fauna, para bien o para mal, paga y utiliza el servicio, difunde la
ruta y ayuda a mantener el tema. Si tienes antropofobia y no tienes ganas de
interaccionar con este panorama, coges y te dedicas a hacer punto de cruz en
una base científica de la Antártida. Entiendo que a veces haya cosas que
exasperen, pero que llegues al refugio cansado y te miren con cara de “Qué coño
quieres?”, pidas donde puedes coger agua con el mejor francés de que soy capaz
y te suelte a toda velocidad una parrafada burlesca que sabe que obviamente no
entiendes, y demás actitudes por el estilo, ese tipo de cosas me revientan
hasta la saciedad. Fin de la cita, que diría aquel…
Me marcho del refugio haciendo
alguna mención a su ascendencia que prefiero no reproducir e inicio la subida a
la Pica d’Estats mientras me como un mini-bocata de chorizo que llevaba en la
mochila. Los siguientes 10 minutos discurren de una manera un tanto
esperpéntica, impulsándome con los dos bastones en una mano, mordisqueando el
bocadillo, bebiendo agua para intentar empujarlo hacia el estómago y resoplando
ante semejante combinación de actividades. Al final decido que ya estoy
perdiendo suficiente tiempo, envuelvo como puedo el bocadillo y me lo meto por
dentro de las mallas. Pierdo algo más de tiempo en un tramo de nieve inclinada
donde me cruzo con un grupillo que va un poco apurado, justo antes de girar a
la izquierda por el valle que lleva al Estany de Montcalm. El resto de la
subida sigue sin demasiada historia. No voy mal de fuerzas pero el calor va
haciendo mella y llego a lo alto de la Pica poco antes de cumplir 7 horas.
Había salido con una estimación
aproximada de parciales para estar sobre 12 horas, que implicaba estar aquí en
6h45 (de todas formas la estimación estaba mal hecha). Así que unos 10 minutos
de retraso, que creo que son más o menos lo que he perdido entre discutir con
la tipa del refugio, la nieve y hacer malabares con el bocadillo. Sumergida entre
mil banderas, cintas y demás objetos que cuelgan de la cruz de la cima,
encuentro finalmente la pinza con la que tengo que sellar el forfait. Descanso
un par de minutos y hago un pequeño vídeo para felicitar el cumpleaños a
Francesc, compañero de fatigas en Andorra. Me lanzo para abajo.
He estado planteándome si bajar
por la ruta normal, más sencilla pero más larga y con un repecho de subida
antes del Coll de Sotllo, o bajar por la cresta, algo más complicado pero más
directo. En tiempo debe ser similar, pero la ruta normal implica cruzar algún
trozo de nieve que no me hace mucha gracia, así que me voy por la cresta. No es
difícil pero tiene 2 o 3 destrepes que con los palos se hacen bastante
incómodos. Para postre en el último tramo se pone a granizar, cosa que no me
hace demasiada gracia. De todas formas llego al collado en unos 20 minutos, por
lo que creo que ha salido a cuenta venir por aquí.
La bajada hacia la vertiente
catalana es una enorme pala nevada. Con un poco más de arrojo en un par de
minutos estaría abajo, no sé si corriendo o rodando. Pero no lo veo claro y
bajo la primera parte siguiendo la huella y buscando trozos de roca para evitar
la nieve, hasta que quedan solo unos 50 metros de desnivel y ya me pongo a
hacer algo de pseudo-esquí.
El camino cruza un prado y bordea los Estanys de Estats y de Sotllo, en una sucesión de escalones que no se acaba nunca. Para ser una ruta tan concurrida el camino es bastante incómodo (eso o no estoy yendo por la autopista general) y no es fácil mantener un trote con cierta velocidad. Finalmente llego al Pla de Socauba, donde el recorrido se mete a la izquierda y va flanqueando por terreno rompepiernas para aproximarse al Refugi de Vallferrera. Aquí se pone a llover. Son 2 minutos, pero cae un chaparrón de esos que me hace ponerme el chubasquero, casi más por proteger el móvil y la mochila que por mí mismo (todo cuenta para la hidratación). Obviamente al minuto de ponérmelo deja de llover. Por lo menos, el episodio me sirve para descubrir una nueva manera rápida de llevar el chubasquero enrollado en la mano. El fragor de la bajada ha tenido consecuencias sobre el bocadillo que, si recordáis, sigue en el interior de mis mallas. El antiguo manjar ha seguido un proceso de meteorización y posterior descenso, que hace que trozos de pan, chorizo y papel de plata vayan apareciendo por la parte inferior de mi rótula. En los dos primeros casos me los voy comiendo a medida que aparecen, en el tercero los vuelvo a introducir en el ciclo. El punto positivo es que los trozos son mucho más pequeños y fáciles de comer que cuando iba dando mordiscos en la subida. Creo que bien aplicado puede ser un método de alimentación más sostenible y efectivo. Lo dejo como idea, fin del inciso desagradable…(no os quejéis, podría haberme puesto a hablar del reaprovechamiento de sales minerales del propio sudor...).
El camino cruza un prado y bordea los Estanys de Estats y de Sotllo, en una sucesión de escalones que no se acaba nunca. Para ser una ruta tan concurrida el camino es bastante incómodo (eso o no estoy yendo por la autopista general) y no es fácil mantener un trote con cierta velocidad. Finalmente llego al Pla de Socauba, donde el recorrido se mete a la izquierda y va flanqueando por terreno rompepiernas para aproximarse al Refugi de Vallferrera. Aquí se pone a llover. Son 2 minutos, pero cae un chaparrón de esos que me hace ponerme el chubasquero, casi más por proteger el móvil y la mochila que por mí mismo (todo cuenta para la hidratación). Obviamente al minuto de ponérmelo deja de llover. Por lo menos, el episodio me sirve para descubrir una nueva manera rápida de llevar el chubasquero enrollado en la mano. El fragor de la bajada ha tenido consecuencias sobre el bocadillo que, si recordáis, sigue en el interior de mis mallas. El antiguo manjar ha seguido un proceso de meteorización y posterior descenso, que hace que trozos de pan, chorizo y papel de plata vayan apareciendo por la parte inferior de mi rótula. En los dos primeros casos me los voy comiendo a medida que aparecen, en el tercero los vuelvo a introducir en el ciclo. El punto positivo es que los trozos son mucho más pequeños y fáciles de comer que cuando iba dando mordiscos en la subida. Creo que bien aplicado puede ser un método de alimentación más sostenible y efectivo. Lo dejo como idea, fin del inciso desagradable…(no os quejéis, podría haberme puesto a hablar del reaprovechamiento de sales minerales del propio sudor...).
Acaba el flanqueo a la izquierda
y bajo en 5 minutos por el camino que lleva al refugio. Llevo unas 8h50. Había
contado 1h15’ de bajada y han sido 1h45’. Me había flipado totalmente. De hecho
he llevado un ritmo bastante bueno y sorprendentemente me encuentro cada vez
mejor. Un par de Aquarius en el refugio (mucho más simpáticos que en Pinet) y
sigo adelante para enfrentarme al último tramo. Viene ahora un trozo favorable,
con un trocito de pista y un camino junto al río por el que se corre entre
bosque bastante bien. Voy muy bien de fuerzas, creo que mejor que en todo el
día y subo hasta la Cabana de Bassello infinitamente mejor que el año pasado. Pero cometo el error de confiarme y no aprovechar ahora para comer y garantizar
que la buena ola llegue hasta el final. Encima de la cabaña el terreno se
despeja, me empieza a dar el sol y empiezo a notar la luz de la reserva. Además
voy justo de agua, y llego al Estany de Baborte con mucha menos alegría que
media hora antes.
Encuentro un arroyo salvador
justo a orillas del lago y repongo agua. Se ha quedado un tarde espectacular.
Paso bajo el refugio metálico y me acerco a la subida, de unos 100 metros de
desnivel, que lleva al Coll de Sellente. Llego a las 10h25’. He recalculado objetivos
y para bajar de 13h he contado estar aquí a las 10h30’ así que vamos bien para
el plan B. Viene ahora un pequeño descenso de 5 minutos y se ha de estar atento
para no perderse un desvío a la izquierda que lleva a un vallecito que acaba en
el Coll de la Llacuna. Es la última subida seria, pero es seria de verdad. El
repecho final sube a saco y llego al collado resoplando de lo lindo. Ese tramo
contrasta con el altiplano que te encuentras arriba, que sube suavemente hacia
la Roca Cigalera, a donde llego justo a las 11h, siguiendo con el nuevo
objetivo.
Echo a trotar por este altiplano interminable hasta llegar al borde del valle de la Cabaña de Boldís, por donde se baja definitivamente a Tavascán. La cabaña es el último punto de paso para sellar el forfait. Consigo bajar con un trote bastante aceptable y continuo, ni crecido como al salir del refugio de Vallferrera, ni hundido como iba por aquí el año pasado.
Echo a trotar por este altiplano interminable hasta llegar al borde del valle de la Cabaña de Boldís, por donde se baja definitivamente a Tavascán. La cabaña es el último punto de paso para sellar el forfait. Consigo bajar con un trote bastante aceptable y continuo, ni crecido como al salir del refugio de Vallferrera, ni hundido como iba por aquí el año pasado.
Un vacío en el estómago me incita
a tomar un último gel (será el cuarto de hoy, el resto del menú: dos kit kats,
un snickers, un gel líquido Maxim de 160ml (muy bueno, por cierto), 2 trozos de
fuet, 1,2 litros de agua con sales, 2 aquarius, agua a montones y una cantidad
indeterminada del dañado bocadillo de chorizo). Mis tácticas psicológicas
consiguen evitar la arcada a duras penas, pero pasados los dos minutos de
secuelas recupero un puntito de energía que me va a servir para encarar la
segunda parte de la bajada. Es un flanqueo a la izquierda interminable, en el
que vas viendo el pueblo de Tavascan siempre desesperantemente abajo. En el
último tramo tengo un momento de crisis cuando se me mete en la cabeza tomarme
un botecito de un zumo de naranja energético que llevo, en un momento que no es
el adecuado porque el camino es estrecho y lleno de plantas. Manipulo por la
mochila y la cosa acaba conmigo metiendo el pie en un agujero y dándome un
trompazo importante. Me incorporo apoyando la mano en la capital de
Ortigolandia, cuyas habitantes manifiestan su descontento superponiendo sus
picadas a los arañazos que arrastro de todo el día. Dolorido, renuncio al
maldito zumo energético y me vuelvo a poner la mochila. Segunda caída, esta vez
con un golpe en la espinilla de esos que duelen en el alma. Cuento hasta tres
cruzando los dedos para que no haya sido nada grave y juro en arameo
insultándome por mi propia estupidez. Vamos para abajo y dejémonos de
historias, me quedan unos 45 minutos. Llego a Tavascan a las 12h27 de carrera,
a ritmo de los pasodobles de la fiesta mayor.
Me había marcado las 12h30 como
límite para llegar aquí, en el objetivo de bajar de 13h, así que sin parar ni
un segundo enfilo la calle hormigonada por la que sigue la ruta, ante la mirada
escéptica de los lugareños. Quedan unos 4 o 5 kilómetros para llegar a Graus,
divididos en tres tramos para los que estimo unos 10 minutos en cada uno. Pero
voy cascado y el primero de ellos, por un camino encima del río, me lleva hasta
las 12h41’. Me mentalizo de que estoy más lejos de lo que pensaba y que no va a
poder ser. Sigo con un trote cansino renunciando al objetivo, pero
sorprendentemente llego al último tramo de camino que se desvía de la carretera, a las 12h48’. Mierda, me veo con la obligación moral de intentarlo… Maldiciendo
el sistema sexagesimal y el egipcio que inventó las horas de 60 minutos y no de
61, me lanzo por el camino empujando con las piernas, con los brazos y con el
alma. La ruta va por en medio del bosque así que no estoy seguro de lo que
queda. Voy encendiéndome progresivamente y me imagino con la cara descompuesta
de los ciclistas al subir Alpe d’Huez. A las 12h55’ el terreno se abre e intuyo
el camping al otro lado del río. Desgraciadamente la ruta pasa de largo y
describe una U volviendo al camping desde la parte superior del valle. Acelero
a zancada limpia metiendo el pie en barro, hierba o lo que se ponga por
delante. Por fin llego al desvío que baja hacia el puente desde el que me
quedan unos 200m de vuelta. Miro el reloj y marca 12h58’05. Joder qué estrés...
Esprinto a través de un campo y entro al camping desbocado en dirección a las
escaleras que llevan a recepción. Echo un vistazo al reloj y justo cambia a
12h59’. Subo los escalones de 3 en 3, cruzo la puerta y paro el crono: 12h59’30’’.
Pongo el forfait sobre la mesa y
me quedo recostado hacia delante resoplando como un pez fuera del agua, mientras
espero que alguien venga. La gente del restaurante me mira con una mezcla de curiosidad
e incomprensión. Finalmente viene la dueña del camping (no sé su nombre pero
aprovecho para darle las gracias porque me ha tratado muy bien tanto esta vez
como el año pasado) y le susurro un exhausto “dotze cinquanta-nou”. Es un buen
tiempo, me felicitan, cosa que agradezco mientras empiezo a recuperar el color.
Esprintar (esprintar aquí significa ir a 4’ o 4’30’’ el km, que nadie se
imagine a Usain Bolt) durante 2kms con las reservas al límite después de todo
el día de andar arriba y abajo, para bajar de la cifra redonda de las 13 horas,
es un esfuerzo tan intenso como probablemente absurdo, pero a mí me ha dejado
con esa satisfacción que tienes cuando vas superando los pequeños retos que te
vas poniendo delante.
Así que un buen balance.
Sinceramente yo había salido con el récord (11h57’) en la cabeza. Acabo
convencido de que hoy por hoy está más allá de mis posibilidades. Con los
planetas mejor alineados, sin nieve, comiendo perfecto, bla, bla, bla… quizá me
hubiese visto con posibilidades de batir el segundo tiempo, 12h38’, pero bueno,
ahora sentado delante del ordenador se ve todo muy fácil. A ver qué tal tiempos
hace la gente durante el verano. Yo personalmente acabo contento con mi papel,
contento de haber disfrutado (aunque en algún tramo de la lectura no lo parezca)
y con ganas de afrontar los próximos retos.
Después de unas semanas
complicadas, correr por la montaña y encontrarse con uno mismo ha sido muy especial.
Me alegro de haber acabado con buenas sensaciones, de haber revivido buenos
recuerdos y de sentir la satisfacción del objetivo cumplido. A quien va
dedicado este relato y este pequeño éxito, espero que le traiga esos mismos
recuerdos.
Besos y abrazos
Hola Albert, que mochila llevas a los Ultra? La Advanced Skin 5L o 12L?
ResponderEliminarBuenas Robert,
ResponderEliminarLa de 5l. Lo que me toca hacer muchas veces es poner el impermeable encajado en el hueco de la salida del camelbak y a veces la camiseta de manga larga tambien. Siempre me habia ido bien de esa forma, hasta que en la Monte Perdido Extrem perdi el impermeable :-( Pero creo que haciendo algun apanyo para perfeccionarlo es una buena opcion...
Muy buen relato! La parte del bocadillo es tremenda! Jajaja.
ResponderEliminarEste año parece que nos animaremos con unos amigos.
Saludos,