sábado, 28 de septiembre de 2019

Swiss Peaks (1ª parte)


Hace días tenía preparada esta crónica… Cada noche de las dos semanas de viaje por los Balcanes consistió en revivir un trocito de la aventura y plasmarlo en unas líneas como estas, intentando recoger todos los detalles que me gustará revivir cuando lea esto dentro de cinco o diez años. La criatura, no es por asustaros, nació con 26 páginas de peso, que quedaron en mi Tablet a la espera de un Internet estable y unas fotos que las acompañasen… El primer día de vuelta en Girona un hijo de siete padres me robó la mochila del coche con la Tablet y la historia dentro… Así que nada, me dispongo a correr la carrera por tercera vez, esperando tener la memoria en marcha y ser fiel a las sensaciones y emociones que viví en esta experiencia de vida, a la que podría ponerle tantos y tan variados adjetivos.
La idea de hacer la Swiss Peaks nació como un plan B. No es la primera vez que me toca buscar un segundo plato tras un resultado negativo en el sorteo del Tor des Geants. Así acabé en la isla de la Reunión en 2016, y así decidí buscar algún objetivo similar para este 2019. Ese objetivo apareció cuando Sergi, uno de los amigos del grupo con el que salimos a correr en Girona, me propuso un cambio de nombre para el dorsal que él ya tenía pero para el que no sentía suficiente motivación como para pasearlo durante semejante recorrido. Formato similar, montañas bonitas, lugares en parte desconocidos para mí, ubicación adecuada dentro del calendario… Los datos concretos: 360 kilómetros y 26000 metros de desnivel positivo (oficialmente, aunque cada vez hago menos caso de estos datos oficiales…), recorridos por toda la vertiente sur de la región del Valais (sur-suroeste de Suiza), desde el pueblecito de Oberwald hasta Le Bouveret, a orillas del Lago Leman. Buena opción, vamos allá. De esta manera se gestó este segundo gran objetivo de la temporada.
He de decir que la resaca del fracaso del primero de esos objetivos, el Mundial de Rogaine, no fue muy positiva. La decepción me dejó en un estado de cierta apatía e indiferencia, en el que iba viendo venir este objetivo sin la ilusión y la determinación que requería. Además, durante los entrenos las sensaciones puramente físicas de pronto fueron peores, como si alguno de los parámetros de funcionamiento del motor estuviese en un rango que no tocaba. Sea como fuese, las fechas se acercaron, llegó el momento de bajar ritmo de entrenos, descansar e irse para tierras suizas. Después de una visita a Lyon para recordar viejos tiempos, después de una incursión como espectador en el UTMB, después de estar una tarde en Les Houches preparando rollitos de mermelada, trozos de membrillo y paquetes de puré de patata, un viernes por la noche me presenté en Le Bouveret, donde me encontré con Josep, otro de los amigos del grupillo de correr, también apuntado a la aventura. El sábado fue el típico día previo a una carrera, con la particularidad de tener que hacer el trayecto en tren hasta la salida, en Oberwald. Esas cuatro horas en tren nos sirvieron para darnos cuenta de la magnitud de la tragedia… Por el camino, nuevos compañeros de viaje, Carles y Carlos, el primero de ellos veterano de la carrera y con el que compartimos hotel la noche antes. De esta forma nos plantamos en la mañana soleada del domingo 1 de septiembre…
El pueblo de Oberwald no es una gran metrópolis. Ni tampoco Chamonix, ni Courmayeur… Y estamos en Suiza, que no es Zegama… En fin, que el ambiente es tranquilo, por lo menos hasta que miras detrás de los ojos de este o ese corredor. Ahí sí se deja ver la incertidumbre ante lo que nos espera. Por mi parte, como me pasa muchas veces, de lo que tengo ganas es de dejar atrás las especulaciones y entrar en materia, dejar de pensar en lo que vendrá para fijarme en aquello en lo que estoy metido. Dejar atrás las incertidumbres físicas y mentales para pasar a tener que gestionar certezas. Silvano, el célebre speaker italiano que no pronuncia la “r”, va repasando el cartel de favoritos con su prosa refinada. Intento no escuchar demasiado… Top “no se qué” en el UTMB, tal posición en el Tor des Geants,… Venga va, cinco minutos, dejémonos de palabras…
Salida (Km0, 0h):
No es la música de UTMB ni de Cavalls del Vent, no os voy a engañar, pero tampoco me importa demasiado. Lo que necesito es esto, oír esta cuenta atrás, pasar bajo el arco y salir montaña arriba. Cruzamos el pueblo con ese trote de ritmo excesivo que canaliza las ganas acumuladas de la gente, mientras yo intento aclimatarme a la zancada y comprobar que nada falle, que no salte ningún bidón, que los nervios no hagan fallar ningún músculo… Todo en orden. Salgo del pueblo con 7 u 8 corredores delante y Josep un pelín por detrás. Un par de tipos con mochilas de Compressport, un corredor con zapatillas Nike, un tipo pelado y moreno de piel con camiseta de Tecnica, un suizo con el dorsal 1 que corre exageradamente de metatarso… Yo para nada, amortiguo con todo, traicionando los antiguos conceptos de mi época de ochocentista…
Me meto dentro de mí mismo y busco ese baile rítmico de trote y respiración ayudado por pequeños impulsos con los bastones. Los primeros dos kilómetros discurren por una pista semiasfaltada que pica para arriba. Es momento de guardar y que las pulsaciones no se disparen. Dejo que se abra algo de hueco entre mí y el grupo delantero. Me gusta la 7ª u 8ª posición. Suele ser un buen indicador de que voy al ritmo adecuado. Seis o siete personas agrupadas delante significa que hay cinco o seis que seguramente no van al ritmo que les conviene. En un tobogán de bajada la distancia se amplia, para reducirse después al llegar al primer sendero. Perfecto, a caminar…
Me adapto al modo caminante mientras llego a un bonito replano con colores resaltados por el día soleado. Troto un poco y me acerco a un corredor de azul que se ha quedado en tierra de nadie entre el grupo delantero y yo. Le alcanzo en el siguiente repecho. “When do you plan to arrive?” (a pesar de que las interacciones fueron en un mejunje de francés, inglés, italiano y lenguaje de símbolos, voy a pasar todo al castellano para no volveros locos)… “Bufff… La verdad es que no me gusta hacer muchas predicciones… No sé, espero que en algún momento del jueves, cuanto antes mejor…”. Pero vamos, que ahora mismo simplemente la idea de “llegar”, ya ni siquiera el jueves, me parece de lo más lejana. Se llama Yann y es de Annecy, con lo cual nos pasamos al francés. Ha venido con un grupillo de amigos o familiares y visto que llevamos un ritmo bastante parejo nos ponemos a charlar para amenizar el trayecto. La subida acaba y recorremos un tramo llano por un balcón de la montaña con vistas espectaculares hacia la vertiente norte del Valais. Una fina capa de nubes filtra algo los rayos del sol, cosa que se agradece porque en la salida picaba de lo lindo. El tramo llano poco a poco se va decantando hacia un descenso por bosque que recorremos de manera bastante relajada. Hay que guardar cuádriceps, gemelos y todo lo que sea. Con algunos relevos en cuanto a la cabeza del dueto, llegamos a una pista en el fondo del valle que tras unos 500 metros nos deja en el primer avituallamiento.
Ulrichen (Km 12, 1360m):
Cojo un plátano, repongo líquido y busco algo en el bolsillo de la mochila. Joder, no llego… Un poco más y me disloco un hombro… Venga, quítatela y no hagas gilipolleces, a ver si vas a tirar todo al retrete por no perder 5 segundos… Sin mucha más historia salgo del avituallamiento seguido de Yann y de otro corredor que ha bajado más rápido que nosotros. Las banderolas se meten por algún tramo de sendero que corta algunas de las curvas de la carretera que sube al Nufenen Pass. Pongo un ritmo de trote algo más ambicioso para ver si cojo un buen paso y me acerco algo a los de delante. Después del último cruce de carretera aparece un tramo de pista que se presta a llevar esa dinámica. Mis dos compañeros se quedan atrás y yo voy describiendo curvas hasta una casa donde se acaba el camino rodado. Las marcas cogen un sendero a la izquierda y describen unas cuantas revueltas, que sigo mientras miro montaña arriba para ver dónde están los de delante. Allí arriba hay uno trotando, ahí otro, y otro… Bueno, estamos ahí. La subida va aflojando y se vuelve a transformar en otro tramo en balcón pero algo más rompepiernas que el del tramo anterior. Aquí noto que los de delante se separan y me quedo en tierra de nadie. Casi mejor, fíjate en tu ritmo y no te emociones…
Voy bordeando la montaña, pasando vaguadas más o menos profundas, hasta una más marcada donde aparece una pista. Las marcas bajan por ella y la van alternando con algunos atajos por sendero. Poco a poco me voy metiendo en este nuevo descenso que me deja nuevamente en la llanura glaciar del fondo del Valais. Una nueva pista bordea a la izquierda y se mete hacia un valle más marcado. El avituallamiento tiene que estar por aquí… Pues no, las marcas empiezan a subir por un sendero. “Está lejos el avituallamiento?” le pregunto a un caminante. “No, no, en la ermita”. Miro hacia arriba y veo una iglesia en un saliente rocoso. Un duro repecho de unos 100 metros me deja en un bonito replano a la sombra con una fuente de agua que estaba espectacular.
Reckingen Stalenkapele (Km 27, 1444m):
Cojo algo de fruta, alguna galleta, y nuevamente repongo líquido y Tailwind en uno de los bidones. En medio de las operaciones de repente me doy cuenta de que hay un corredor al lado. Camiseta azul… Es de los que estaban delante? Quiero pensar que sí… He venido bien todo este tramo, no creo que me haya alcanzado nadie. Miro el dorsal… Italiano. Le miro, intentando establecer algún tipo de diálogo o interacción, pero no me hace mucho caso. Bueno, pues nada, me voy…
Salgo del avituallamiento por un repecho, con el italiano detrás. Llegamos a una pista bastante llana que me invita a trotar un poco. Me giro y veo que el italiano camina… Sí, seguro que iba por delante, se ha pasado de rosca y ahora está empezando a decaer… (Juassss, menuda vista que tengo…). Animado por lo que interpreto que es ganar una posición, sigo trotando por todo un tramo de pista pedregosa que sube por el fondo del valle. Venga, bien, tengo que llegar hasta allí al fondo y entonces subida a la derecha… En el cambio de dirección hay una pareja, no se si de voluntarios o de caminantes, que me indican el nuevo rumbo. Miro hacia allí y veo otra silueta. Perfecto, otra presa. La pendiente del sendero se acentúa y poco a poco la distancia con mi predecesor va disminuyendo. De repente, tras un pequeño escalón de la montaña me lo encuentro sentado en el suelo bebiendo de una botella. “Ça va?”… “Oooooouuuuuaaaaiiiiiii”… En francés, cuando te preguntan “qué tal”, el grado de alargamiento del “oui” es inversamente proporcional al convencimiento de tu respuesta. Este “oui” es bastante largo. El hombre está crujido.
Gano una posición y sigo superando escalones, ya por terreno de prados. La vista se abre y veo dos siluetas más delante, aunque la subida toca a su fin sin que consiga la distancia con ellas disminuya de forma significativa. Bueno, no pasa nada, estamos ahí. Preocúpate de no descuidar la comida… Eso hago durante estos primeros compases del descenso. Viene un tramo algo traidor, con algunos repechos intermedios y trozos de descenso no muy pronunciado y sin camino en los que toca empujar. Voy corriendo a un ritmo que me parece digno intentando no meter el pie en ningún agujero anti-tobillos. De repente oigo un ruido detrás de mí… Osti, el italiano… La camiseta azul aparece corriendo con soltura con los palos en bandolera. Llega a mi altura y me pasa, con una respuesta a mi saludo que o no existió o no escuché. Está concentrado el hombre… Lo cierto es que el tipo baja con una zancada envidiable. Pues va a ser que venía de atrás y no se estaba hundiendo…
Venga, no te duermas… Incremento algo el ritmo para intentar no perder comba… El prado se acaba y aparece otra pistilla de piedras bastante empinada. Parece que la distancia se estabiliza, aunque yo noto que he subido el ritmo y quizá no voy lo cómodo que debería. Bueno, no deberíamos tardar mucho para el avituallamiento del km43. La verdad es que me apetece, por no decir que empiezo a necesitar ese “break”. Otro ruido al lado mío… Coño, el francés. Bufff, esto sí que no me lo esperaba… Pero si estabas sentado en el suelo… Pues nada, el tío se ha recuperado y también baja mejor que yo. Yo no sé si a todo el mundo le pasa, pero yo soy especialmente sensible a estos cambios de tornas en los que descubres que ahora vas peor que alguien que hace un rato has visto hecho trizas. Me ha pasado varias veces y ahora nuevamente me mina la moral.
El francés me pasa y se va a por el italiano, que en una de estas se para en un reguero a coger agua. Tercer y último intento de interacción sin respuesta, así que sigo bajando por la pista buscando el avituallamiento, que se me antoja cercano. Efectivamente, tras un par de curvas aparecen unas casas y en la primera de ellas está montado el tenderete. Bueno, párate, come y bebe, porque estás entrando en el primer bache de la carrera…
Chaserstatt (Km 43, 1779m):
A ver, qué tienen para comer… Algo que me dé energías… Mira, un pastelito de frutas, tiene buena pinta. Me tomo mi tiempo. De hecho quiero que salgan ellos antes y poder bajar a mi rollo, sin referencias. Lo necesito. Vuelvo a recargar agua. Estoy bebiendo un montón, no se… Tengo como sed compulsiva… Hace calor, pero no para tanto…
Mis dos compañeros salen y yo lo hago un minuto después. Algo de senderillo, algún tramo de pista. Así va avanzando la bajada. Hago balance de la situación: después de un primer tramo de calentamiento, un segundo con algo más de alardes y una tercera subida con buenas sensaciones, la cosa se está empezando a torcer. Esta bajada “de empujar” es el típico terreno donde se demuestran las fuerzas y parece que esas fuerzas no se corresponden con las sensaciones que tenía hasta hace un rato y sí con las menos buenas de los entrenos previos a la carrera. Ahora llego a la primera base de vida. Es momento de comer bien e intentar volver a entrar en carrera, buscando el ritmo y la dinámica que puedo llevar en las condiciones actuales. Y sobre todo paciencia, al fin y al cabo no hemos hecho nada todavía.
Con estas reflexiones acaba la bajada y aparezco en un bonito puente tibetano al final del cual hay un tipo tomando fotos. Salgo al extremo opuesto y cambio de tercio, dejando el trote para más tarde y volviendo a caminar en un nuevo repecho. Se confirma mi falta de alegría. El ritmo no es del todo malo, porque al fin y al cabo yo cuando se trata de caminar, lo hago rápido, pero la dinámica interna no es positiva. En alguna recta vislumbro al francés, que parece que las subidas no son su terreno, pero no le recorto significativamente. Se acaba el repecho y troto de nuevo por un camino cómodo que baja en dirección oeste. Entre los árboles se puede ver ahí abajo todo el núcleo urbano de Fiesch. Las marcas me dejan en una carretera y siguen adelante, callejeando entre subidas y bajadas. Al otro lado del pueblo aparece la base de vida. Hace rato que la necesito…
Fiesch (Km50, 1062m):
“Las bolsas por aquí”… Recojo mi bolsa de vida… Y la comida?... “Allí arriba”… Bufff, escaleras para subir al restaurante. Me toca cargar con la bolsa. Si quiero aprovechar mientras como para ir cambiando material... Creo que son detalles a tener en cuenta por la organización para disminuir la diferencia entre tener o no asistencia. No estoy en contra de la asistencia, faltaría más, soy el primero que disfruta muchas veces de la compañía de mis padres. Pero creo que se debería tender, en la medida de lo posible, a que las ventajas de tener asistencia sean simplemente morales y no tanto logísticas. El plato de arroz con tomate y carne mejora algo mi estado de ánimo. Sigo con mi dinámica de beber compulsivamente y me fundo una jarra de agua, mientras voy pasando material de la bolsa a la mochila. Por ahí anda el italiano, el francés, el suizo del dorsal 1… Me da bastante igual, tengo que intentar comer bien y volver a entrar en carrera. Otra operación que me toca es cambiar de zapatillas. He salido con las Hoka Mafate Evo nuevas, que son cómodas pero me ha salido una molestia entre el metatarso y los dedos del pie que ya había tenido el año pasado cuando corría con zapatillas muy amortiguadas. Así que me paso a las Brooks Cascadia y a ver si corregimos la molestia. Venga, pongámonos en marcha otra vez. A ver qué tal se me ha puesto la gasolina.
Dejo la bolsa de vida otra vez en su sitio y salgo en descenso por las calles del pueblo hasta cruzar el río. Afronto un primer repecho suave que afronto mientras digiero la comida y un segundo en diagonal a la derecha, de unos 200 metros, que también me sienta relativamente bien. Paso un colladito y las marcas me llevan por otra diagonal, ahora a la izquierda, hasta cruzar un puente en otro valle secundario más profundo. Después de estos dos aperitivos, ahora viene la subida de verdad, donde vamos a ver en qué dirección vamos. Cojo el ritmo de caminante y afronto el primer tramo de subida, que discurre por un sendero en revueltas que va atravesando una pista que discurre más o menos en paralelo. La cosa empieza bien pero sigo necesitando beber mucho. Encuentro una fuente en un grupo de casas donde hay dos personas mirando. Les señalo el agua y me dan permiso para coger. Me cuesta controlar las ganas de pegar un trago infinito que de buen seguro me sentaría como un tiro. Salgo de las casas con algo de confusión por la falta de marcas y sigo con la subida, que va aflojando poco a poco para pasar a un tramo más llano a una altura de unos 1900 metros. Este tramo lleva flanqueando hacia la derecha hasta afrontar un segundo tramo de subida dura de unos 500 metros de desnivel.
Contrariamente a lo que parecería lógico, a medida que la subida afloja me voy encontrando peor. El recorrido discurre por una pista que pica para arriba pero suficientemente tendida como para estar “obligado” a trotar. Noto que me faltan fuerzas y ganas, así que voy bajando progresivamente el listón de la pendiente a partir de la cual me permito caminar. El flanqueo se me hace largo y voy buscando el valle definitivo por el que la carrera se enfile a la izquierda. Por fin aparece… Tengo cierto alivio de poder caminar sin remordimientos, pero esa sensación dura poco. El incremento de la pendiente enseguida pasa factura y va incrementando mis dudas y disminuyendo mi ritmo. El ritmo de paso-bastón-respiración cada vez se hace más cansino. El tío del mazo empieza a merodear, se pone a caminar a mi lado, salimos del bosque a los prados del bosque… Y me da en toda la cabeza. Veo el collado allá arriba, lejísimos, me parece… Bajón moral, se declara el estado de crisis… Afronto una rampa dura, ya sin ningún tipo de ritmo. Brazos adelante, empuja, sube una pierna, sube la otra… Voy avanzando como puedo. Debo parecer uno de esos “alpinistas” de las colas del Everest…
El bajón es físico y moral, y las dos componentes se van retroalimentando. He comido bien, todo según lo previsto. He bebido bien, de hecho me sorprende la cantidad de agua que estoy necesitando. He tomado sales, no tengo rampas ni nada. El ritmo que he llevado debería ser asumible, al fin y al cabo una media de unos 7 km/h con el tipo de terreno que hemos tenido no debería ser como para estar así. Evidentemente no es un ritmo sostenible durante 360 km, pero no es para estar así al cabo de 60 kilómetros. No me duele nada en concreto… Simplemente no tengo fuerzas. Es coherente con mis sensaciones del último mes. No sé, algo debe ir mal. No sé si estaré falto de hierro, de vitaminas… No sé… Algo falla. El tema es que no voy ni para atrás y en este plan no puedo plantearme completar el recorrido que tengo por delante. En medio de estos pensamientos depresivos va pasando, muy lentamente, este segundo tramo de subida hasta el collado de Furgerchaller.
Llego a la cima ya con poca luz. El paisaje al otro lado es muy bonito, con algunos rayos a lo lejos, muestra de esas tormentas que anunciaban pero que no se han llegado a concretar sobre nosotros (podríamos estar peor…). Al otro lado del collado aparece una pista, suave, picando para abajo… Nada, ni con esas… Totalmente apático sigo caminando por ella, siguiendo con las mismas reflexiones negativas. Pasado un rato me decido a trotar un poco. Va, que si no no llegaré nunca a ningún lado. Queda un repechillo, más tendido, intento trotar hasta que empiece la subida… Venga, ahora vuelvo a caminar… Este nuevo tramo de subida es relativamente cómodo. Son 200 metros de desnivel (netos), con pequeños tobogancillos, pero muy tendidos. Aunque vaya tieso, alargo un poco el paso y el ritmo es más o menos digno. Llego a lo alto del collado de Saflischpass (2561 m). La verdad es que las sensaciones no han mejorado, y tampoco lo hacen en el descenso. El camino baja flanqueando hacia la derecha bordeando la montaña por un sendero pedregoso que, oh sorpresa, me entra bastante mal. No consigo reunir fuerza física ni mental para correr de manera continua y me limito a saltos cansinos con un breve trote para caminar después unos metros antes de repetir la secuencia. Nada, no voy ni para atrás, ni subiendo ni bajando. Replanteemos la carrera. De esta forma parece impensable poder hacer 300 kilómetros más, ni siquiera a ritmo tranquilo. Ahora viene el avituallamiento del kilómetro 70. Quizá una opción sería pararme un rato a dormir, desconectar, esperar que llegue Josep e intentar seguir con él. Al menos el ir acompañado me puede hacer cambiar dinámica mental y seguir adelante con el recorrido, aunque sea de manera menos competitiva. El problema es que tal como voy no estoy para seguir a nadie y tampoco veo cómo pueden mejorar las cosas. Ya he vivido muchas carreras en las que se gira la tortilla, en las que pasas por crisis y después te recuperas. El problema es que hago un repaso mental de esas situaciones y siempre hay algún error detrás: o no había comido suficiente, o no había bebido, o falta de sales, o había salido demasiado rápido… Pero aquí creo que todo eso lo he hecho bien, simplemente me noto sin fuerzas. Siento que se confirman las dudas físicas con las que venía. En medio de estos pensamientos aparecen las luces del avituallamiento, al que llego perseguido por la luz de otro corredor que me ha venido recortando en el último tramo.
Fleschbode (Km70, 2134 m):
“Qué tal vas?”…”Mal”… Respuesta fácil, cortita y al pie… “Tenemos tartiflete!” me intentan animar. Hombre, una buena noticia! Venga, un plato a ver si me da algo de fuerza. Me preguntan por el problema y les hago un resumen de la situación. “Puedo quedarme a dormir?”… “No, aquí no se puede. Sólo se puede dormir en las bases de vida”… No? A ver, no necesito una suite, solo algún sitio donde tumbarme un rato… Nada, que no se puede. Eso me desmonta los planes… “Bueno pues, puedo abandonar?”… “No, sólo se puede abandonar en las bases de vida”… Pero cómo no voy a poder abandonar… “No, si quieres abandonar tienes que hacerlo en el kilómetro 109”… No, si ya sé dónde está la base de vida. Tu crees que puedo hacer 39 kilómetros con 3000 metros positivos que debe haber, tal como voy? Solo pensar en los 1600 metros de la siguiente subida me da algo. “Pero no veis que aunque quiera no sé si soy capaz de llegar?”… Nada… Aparece un hombre y me dice “Pero sabes vienes de una base de vida? Sabes que ahí podías abandonar?”… y encima en plan borde… Le miro incrédulo…”Señor, en 20 kilómetros tu vida puede pasar de aquí a aquí” le señalo con las manos… Vaya panorama, ahora además de estar fundido estoy cabreado. “Bueno, si quieres puedes dormir aquí, pero sólo dos horas” me dice una voluntaria que se apiada de mi. “No, es igual, me voy”…”Venga, creemos en ti”… “Yo no”…
Y me largo. Sigo bajando mientras discuto mentalmente con el hombre del avituallamiento… Será… Vaya y haga esos 20 kilómetros hombre, a ver qué le parecen… Venga va, olvídalo, ya tienes suficientes problemas como para además dejarte llevar por el lado oscuro. Sigo con el descenso por lo que parece una pista de esquí, hasta llegar a unas casas donde me quito el impermeable, que hace calor. Las marcas se meten por un sendero… Tengo una idea… Aquí abajo hay una carretera, puede que estén el grupo de franceses que siguen a Yann. Si están puedo abandonar e irme con ellos a la base de vida. A ver si hay suerte…
El sonido cada vez más cercano de algún que otro coche me indica que me voy acercando a la ansiada carretera. Después de infinitas revueltas una de ellas me deja delante de la carretera. Hay un grupo de gente con frontales… Son ellos?... Me saludan… Parece que sí, bufff, qué alivio.
Los gritos de ánimo bajan de volumen en cuanto hago un gesto con las manos de “hasta aquí hemos llegado”. “Qué tal vas?”… “Mal, mal, me paro, no tengo fuerzas.” Les repito a ellos también las mismas reflexiones… “Lo has pensado bien? Nosotros estaremos también en el kilómetro 97, que también se puede llegar en coche”… Ya llevo un rato con ello, sí. En cualquier caso hay que esperar a que llegue Yann, así que me siento un rato. Llamo a mis padres y les explico la situación. “Voy a esperar un poco aquí, pero en principio me voy con ellos a la base de vida”. Cuelgo y me quedo sentado en ese quitamiedos sumido en mis pensamientos. Una temporada bastante desastre, con dos fiascos absolutos en los dos objetivos principales. En este segundo, la decepción de no haberlo afrontado como requería, de no haber preparado mentalmente lo que supone enfrentarse a 360 kilómetros. Aquí estoy, fuera después de haber hecho la quinta parte… (llega Yann a muy buen ritmo y sigue adelante seguido de uno de sus amigos)… Pero es que el tramo anterior me ha dejado vacío. Sólo pensar en los 1600 metros de la siguiente subida… Es como dar cabezazos contra un muro… “Cómo lo ves?” me preguntan… Lo veo tan negro como claro… Y mañana qué?... Cuál es la perspectiva?... Mi idea era irme de vacaciones a los Balcanes después de la carrera, pero con qué ánimos me voy para allá?... Me vuelvo para casa, a currar y listos?... Será duro el viaje de vuelta. Qué agobio… Batidora mental… Sé lo que voy a pensar: me retiré después de sólo 20 kilómetros de crisis… Si hiciese otra subida... Si me siguiese encontrando mal me podría retirar más tranquilo…
La idea aparece en mi cabeza como una cuerda que avanza hacia mí. El único punto de salvación que ha aparecido en medio del abismo del abandono en el que llevo cayendo desde hace un rato. No habrá mas cuerdas, o te coges, o te vas al hoyo. Sin reflexiones, ahora o nunca… Levanto la cabeza… “Voy a probar”. Me levanto y salgo corriendo hacia la noche entre los gritos de ánimo de los franceses…